¿Qué le digo hoy 8M a mi Iglesia? (I)
Como mujer, continuaría repitiendo lo que he aprendido en los textos evangélicos después de profundizar en la historia del tiempo que se sabe fueron escritos.
La transmisión de la experiencia de Jesús con las personas que tuvieron la suerte de oírle y convivir de cerca con Él siempre ha tenido grandes escollos. Por una parte, muchísima gente que lee los evangelios no se ha preguntado cómo era la sociedad concreta en la que vivió Jesús, las costumbres de los hombres y las mujeres que vivieron con aquella persona que nos mostró, con su ejemplo, lo que es necesario hacer para dar sentido a la vida y una libertad que nos ayuda a dar respuestas coherentes a lo que entendemos por vivir nuestra fe. Otra dificultad es la dogmatización de una Iglesia jerarquizada muy poco comunitaria, excesivamente clericalizada y poco evangélica.
Los evangelios hoy, en nuestras manos, deben reinterpretarse porque, como todo escrito, están sumergidos en una sociedad y cultura concretas, fruto del tiempo en que se han desarrollado. Si además constatamos lo que representa una sociedad y una iglesia patriarcales, ello dificulta todavía más poder entender unas acciones que cambiaban su propio entorno.
Si tenemos presente que en el Primer Testamento hay 180 mujeres citadas por su nombre y muchísimas sin nombre (esposas, hermanas, madres, etc.) y el Segundo Testamento nos da a conocer a 60 con nombre y 34 sin nombre, es preciso aceptar que la actividad transformadora de Jesús tanto en lo social como en lo religioso (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, Mateo 22,15-21) tuvo muy presente a las mujeres.
Citaré sólo tres ejemplos. La alabanza a la viuda pobre delante de los sacerdotes en el Templo (Mc 12, 41-44; Lc 21,1-4). La mujer encorvada en una Sinagoga, en sábado, cuando Jesús la enderezó de su enfermedad y ella alabó a Dios rodeada de hombres judíos que sabían bien tanto lo que representaba la enfermedad (“castigo de Dios”) como la sanación en un día que se consideraba sagrado. Pero ella, erguida en el centro de la Sinagoga, hizo públicamente su oración de acción de gracias, y Jesús tuvo que responder por su actuación ante el Rabino, mientras el pueblo, fuera, se alegraba (Lc 13,10-17). Y dicen los cuatro evangelios (Mt 28,1-10; Mc 16,9-11; Lc 24, 5-12; Jn 20,11-18) que ellas fueron las que comprendieron primero el misterio de su Resurrección y Él mandó que fueran a decirlo a sus apóstoles, que estaban encerrados por miedo a represalias. Especifica el texto que no se las creyeron y fueron a comprobar “in situ” lo que dijo.
Tres pasajes que por sí solos nos demuestran que las primeras comunidades tenían muy presentes las mujeres en sus encuentros, para recordar lo que Jesús hizo durante su vida. ¿En qué lugar deja esto a la Iglesia?
M.Pau Trayner Vilanova