¿Qué le digo por el 8M a la Iglesia? (VII)
Leo en un blog que se considera “feminista” la expresión artística de videos de música trap como los de Rosalía y la Zowi, a pesar de que exhiben sin tapujos una sexualización exagerada y un juego ambiguo con la cosificación. Pero consideramos la exposición del cuerpo como un ideal de liberación feminista; y nos interesa la sexualización de niños y adolescentes porque así los moldeamos para que coincidan en una cultura de adultos erotizada. No hay que moralizar sobre el arte -que juega su papel transgresor-, pero me pregunto si no se trata de una tendencia que banaliza a las mujeres y contribuye a reducir su identidad personal a la sexualidad. La autora de dicho artículo señalaba que la emancipación no tiene por qué estar reñida con la cosificación, el juego, el “jugar un papel”.
Quiero creer que es desde la subjetivación de cada una y cada uno donde se puede experimentar el placer, el amor, la reciprocidad máxima. Desde la libertad del ser en relación, no solo desde el ejercicio del libre albedrío. Veo que está de moda apropiarse del término “feminista” para aplicarlo como si fuera el sello verde de “ecológico” a cualquier situación donde haya mujeres o donde se exagere la femineidad ligada al sexo: ¡otra vez la esencialización! La identidad personal no puede reducirse al sexo biológico; ni debemos valorar a una mujer según como encaja en el “género” o rol social y cultural que le corresponde -“feminidad”-, o a un varón según el rol o “género” de la “masculinidad”. No se puede reducir la sexualidad humana a un esquema de un polo receptor-pasivo (por tradición, el cuerpo sexuado femenino) y un polo donador-activo (el cuerpo sexuado masculino). Ni tampoco se puede deducir que “ser madre” responde a la “esencia” del ser mujer. La ideología política de ultraderecha, neoconservadora, junto con algunos jerarcas religiosos fundamentalistas, defienden a ultranza los modelos de “feminidad” y “masculinidad” como complementarios y “naturales”.
Los nuevos feminismos deben luchar hoy contra esta determinación del sexo biológico que reduce la potencialidad y la dignidad de las personas, pero sin caer en un individualismo a ultranza que haga olvidar que la lucha es política y para el bien común.¿Qué es, pues, emanciparse? A quienes los feminismos les resulten incómodos porque amenazan sus privilegios, tildarán la emancipación de las mujeres como una confrontación antagónica contra los varones o como una lucha por el poder. ¡Otra reducción pobre y malintencionada! Como decía Emma Goldman a inicios del siglo XX en uno de sus ensayos, “el derecho al voto o la igualdad de los derechos civiles pueden ser conquistas valiosas, pero la verdadera emancipación no empieza en los parlamentos ni en las urnas: empieza en el alma”; y seguía, “reivindicar la igualdad de derechos en todos los campos de la vida contemporánea es justo, pero después de todo, el derecho más vital es el de poder amar y ser amada”. Igual que para el varón.
El reto, pues, no es desempeñar un “papel” asignado social, cultural o eclesialmente.
Neus Forcano